
Ella me dijo que no era mía.
Que jamás lo fue.
Que jamás tendría dueño.
Me dijo que era de la luna y del sol, navegante de océanos, vendaval de la orilla que hincha sus velas a suspiros, llevándola a la deriva, donde no llega la primavera. Era del aire y del cielo, donde volar de noche, cuál pardela, donde sus cantos se escuchan y se pierden, en la senda del viento. Siguiendo la luz de las estrellas, siguiendo el rumor del firmamento.
Ella me dijo que era de la brisa en calma, de la lluvia, de las oscuras nubes que descargan su frío, deshaciendo la tierra con sus lágrimas, derramándose incontroladas en río. En la plenitud del delirio de la arena formando limo, donde nacerán las flores de colorido prado cuando el mal tiempo se haya ido.
Me dijo que era libre y que si yo quería podía quedarse conmigo. Yo me quedé mudo, pero ella, que sabía de mí, devorando ideas varadas, arremolinando la cadencia de mi pensamiento, se quedó allí, junto a mí, contemplando cómo me desbarataba en verso.
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.