
– ¡Oh!, estará encantado con esta tarta de… ¿De qué dijiste que era, cariño?
– De fruta de la pasión.
– Muy apropiado, entra, ya están en pleno ritual.-
La anfitriona de la casa le acompañó en la entrada del enorme caserón y se dirigieron al sótano. Reinaba un ambiente solemne a la vez que festivo, Todos engalanados con togas lustrosas de color negro o rojo con ribetes dorados en las solapas.
– ¡Chicos! Esta es Dana, la vecina, viene a participar, mirad que trae de ofrenda, un pastel de… ¿De qué me habías dicho?
Todos la saludaron desde sus puestos, se escuchó cuchicheos y alguna que otra risa, pero enseguida se silenció el ambiente. Le asignaron un sitio cercano al círculo, de vistas preferente, al lado de la anfitriona, le dieron la toga blanca de iniciada que se puso enseguida encima del vestido.
El sacerdote, con toga roja y ornamentada, empezó con un cántico en un extraño lenguaje que sonaba monótono y gutural.
– Ahora empieza lo bueno – Iba comentando la anfitriona – Por cierto, me llamo Agnes.
Una potente llamarada salió del centro del círculo, de color rojo vivo que iba tomando aspecto de persona, tras terminar el sacerdote la tonada, en una humeante explosión de humo del círculo apareció un señor con barba perfilada, vestido de traje y americano color burdeos, miro alrededor y saludo con la mano. El sacerdote fue a su encuentro, intercambiaron algunas palabras en el extraño idioma.
– En cuanto acabe el protocolo de seguridad podremos ir a saludarlo- Comentó Agnes a Dana emocionada.
Tras una corta ceremonia, un último y breve cántico en el que todos entonaron dicha oración al más estilo coro eclesiástico, el pontífice procedió al borrado de parte del círculo, liberando al señor del conjunto burdeos. Todos se acercaron, le estrechaba la mano y saludaban efusivamente, algunos hasta se abrazaban a él. Agnes, que ya estaba hablando animadamente con el invocado, le hizo señas a Dana, para que acudiese, y así hizo ella.
– Me han dicho que eres nueva en la congregación – Le dijo el evocado personaje que, con cara de pícaro y el aspecto latino de Antonio Banderas, la miraba con interés
– Sí, y como buena acolita le traigo este pastel como ofrenda.
– Tiene un aspecto delicioso. Menos mal que no se trata otra vez de sangre de virgen o algún animal muerto. Ofrendas inútiles con las que no sé qué hacer. Con esto tendré desayuno para mañana. Por si nadie le ha dicho quien soy me llamo Lucifer –
– Mucho gusto – Le dijo Dana a punto de ofrecerle la mano en acto de saludo, pero el demonio se adelantó y le dio dos besos, uno en cada mejilla haciendo ruborizar a la dama.
– Bienvenida a la orden.- Le dijo alejándose entre la gente que lo reclamaba con ímpetu.
– A que es guapo – Le susurró Agnes.
– Extrañamente seductor –
– No es por nada que el Lucero del Alba lleva su nombre.
– ¿Venus?
– Si
– Pues muy femenino no es.
– No, pero sabe tratar a las féminas. ¿De qué me dijiste que era la tarta?
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.