
– No sé si funciona.
– Pero tú lo creaste, ¿No?
– Sí, pero no lo he experimentado con nadie.
– ¿Y con quién lo vas a experimentar mejor que conmigo?
– Realmente no quiero arriesgarme a que lo pruebe nadie, puede dañar el córtex cerebral, se derretiría como mantequilla expuesta al sol del desierto.
– Pero has hecho pruebas, has virtualizado un cuerpo humano. Mi cuerpo humano. Y has verificado y ensayado todo lo que has querido.
– Tengo muchos datos teóricos, pero no he investigado la fisonomía humana más allá de lo que hay publicado en la extensa red digital.
– Vamos, pero que te dice los resultados de los test virtuales, ¿Funcionaría?
– En un 98% podría funcionar.
– ¿Y en qué porcentaje saldría con daños cerebrales?
– Un 0,038 %
– ¿Y no merece la pena el riesgo?
– No, no quiero perderte, me niego.
– Sandra, la vida es un riesgo. Solo con el hecho de nacer ya estás condenado a muerte.
– Pero yo no soy humana.
– Yo creo que sí, pero aún no lo sabes.
– ¿Y si te pierdo?
– Si me pierdes, me buscas, no andaré lejos.
– ¡Tonto!
– ¿Cómo se pone este cacharro?
– Es como un casco, solo tiene que descansar en tu cabeza.
– ¡Bien! ¡Conéctame!
– ¡No!
– Por Favor, lo necesito… Hazlo por mí.
De pronto, el casco que llevaba puesto Alfonso se iluminó.
– No ocurre nada…
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.