
El cielo rojo pegaba fuerte en mi cabeza, no sé por qué decidieron construir la colonia aquí, en el sitio más caluroso del universo, que permitía, a duras penas, la vida. Poblado por unos pocos seres que parecían lagartijas y unas plantas que funcionarían bien en las escenas de duelos de una película del oeste. Poco más había que ver, salvo los minerales, claro. El Enorme yacimiento de un mineral similar al potasio hacía que este pedazo de roca, asada por una enana roja, sea tan interesante. La creación de antimateria para alimentar motores de curvatura dependía de este mineral.
Llegando al módulo de herramientas la vi pasar, mi sudor no rodó por mí frente a causa del calor. Mi mundo se congeló. Andaba con la musicalidad de un concierto de arpa, venia hacia mí, su pelo acompasaba la melodía de sus pasos y su piel suplicaba la caricia de mi mirada. En un segundo sentí que la besaba, que mis manos se perdían por las curvas de sus caderas, que su aliento llegaba a mis oídos con la súplica de un jadeo. Pero solo era un engaño de Oniros. Sería la mujer perfecta, pero con un inconveniente, no era humana.
Al pasar a mi vera, clavó sus ojos color lila sobre mí, me examinó, desafiante, insolente, esperó a que nuestras miradas se tocaran, para apartarse de repente y echarse a reír, haciendo tintinear el espacio entre los dos mientras se alejaba.
Mi vista fija al infinito fue interrumpida por mi compañero de trabajo que también se estaba riendo cuando me dijo;
-¿Sabías que las mujeres Lyranas pueden leer la mente?
A lo que yo le contesté;
-Claro, como que las mujeres de la tierra no lo hacen.
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.