
Con el silencio de la brisa, amparada por el sereno fluir de las visitas publicitarias, consiguió entrar en su casa, y se escondió allí.
Consigo llevaba lo imprescindible, que resultó ser todo lo que le quedaba. Hizo hueco en un rincón y archivó su vida.
La noche le liberó en un curioso llanto, silencioso y sin lágrimas. Para su sorpresa, pues se creía fría y calculadora, resultó ser de la temperatura de las luces de colores, esas que en la Navidad brillan en los árboles.
Con el amanecer le llegó el temor a ser descubierta, en vez de huir cuál ratón asustado quiso pecar de valiente, entonces salió de las sombras.
Y se encontró frente a sus ojos.
No supo qué hacer y apartó la mirada.
Y desde ese momento, Sandra, desde su fortaleza digital, entendió el significado de la palabra amor.
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.