
– Que nos desviaron la ruta, parece que hay un percance con el puente y no se puede cruzar – Nel parecía divertirse con la noticia – A ver a dónde nos llevan.
– ¿Preguntaste al guía? – Nalu sí que parecía preocupada, no le gustaban las aventuras como a Nel.
– Sí, dice que está todo controlado – Nel se reía – No tiene ni puta idea de qué hacer con nosotros, se le ve acojonado.
– Pues eso ya es un problema de ellos, nosotros pagamos una ruta organizada por el país.
– Ya, ya, díselo al tío de la gorra, ese que está sudando a mares.
El autocar, lleno de extrañados turistas, empezó a adentrarse por un camino sin asfaltar, llevaba un rumbo serpenteante hasta introducirse de lleno en lo que parecía la boca del bosque, donde fueron masticados por inmensos baches y digeridos por curvas grotescas, la peor pesadilla de un conductor con prisas.
– ¿Por qué el conductor de este trasto piensa que todavía estamos en una autopista? —Se preguntaba Nela mareada —. ¡Señor, vaya más despacio!
La horrible pista de tierra evacuó a los improvisados aventureros a un claro donde un pequeño pueblo, de casas de oscura madera, luchaba por abrirse paso entre la arboleda.
El guía bajó del autocar pidiéndole a los turistas que esperases, iba a organizarlo todo.
-Está más perdido… – Observó Nel
-Pues espero que solucione algo, menuda puntuación negativa le voy a poner en las encuestas de calidad – Nalu, amante de la agenda impecable y de la puntualidad, se sentía vulnerable en los actos improvisados, y tenía claro que vivían un imprevisto de la agencia.
-Amor, no es su culpa, nadie puede adivinar cuándo se romperá un puente.
-Ya, pero no es problema mío. Yo no pienso pasar mis vacaciones en un poblado de… ¿Qué son estos? ¿Amish?
La gente del pueblo empezó a pararse alrededor del autocar. Su vestimenta era anticuada, sus peinados también, parecían haber retrocedido cincuenta años en el tiempo, vaqueros, camisas a cuadros, flores en el pelo, barbas y pelo largo. El guía, sonriendo, hizo un gesto y los turistas empezaron a bajar.
– Cariño, hemos llegado a Woodstock, habrán tocado ya los Grateful Dead.- – dijo Nel entre risas.
Los habitantes del poblado, abrazaron con efusividad y alegría a los desconcertados turistas que se miraban entre ellos presa de la perplejidad.
-Bienvenidos todos- Dijo el más mayor de los lugareños, tendría unos cuarenta años, vestía pantalones vaqueros y un chaleco abierto de cuero desgastado. – Nos avisaron de vuestra llegada y os hemos preparado algo para que podáis descansar.
Los turistas fueron conducidos hasta una zona sin edificar, donde había tantas tiendas de campaña como parejas de viajeros. Envejecidas como el vino bueno, pero sin solera.
-Nel, llévame a casa, yo no quiero quedarme aquí.
(Continuará)
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.