
El páramo estaba despejado, la primavera había entrado tarde este año, y la brisa de la mañana era un resquicio helado de un invierno que no quería morir. Los dos mensajeros, ajenos a la cortante temperatura, caminaban entretenidos en una animada charla.
-… Y decían, otra pandemia, como la del Covid. Oye, ¿Te acuerdas de la época del Covid?
– Qué buenos tiempos. Todos encerrados. Sin hacer nada.
– Sí, a inflarse de comer y a hacer el burro por internet. ¿Te acuerdas?
– Algo si, yo era muy pequeño, apenas ocho años, me acuerdo de esos videos que hacíamos en el móvil y lo compartimos. Sé que no nos dejaban salir de casa.
– A la gente le dio en esa época por conseguir perros. Todo el mundo quería uno.
– ¿Para detectar la enfermedad como ahora?
– No, era porque te dejaban salir más tiempo a la calle, con la excusa de darles un paseo.
– Y si no podían salir, ¿cómo hacían para buscar comida?
– la comprabas, entonces había supermercados.
– Ah, sí, es verdad. Recuerdo pasar por pasillos repletos de comida empaquetada.
– Sí, y si querías te la llevaban a casa.
– ¿A casa? Quién querría perderse ver estanterías llenas de cosas.
– Además, había hospitales, y llegaban a curarte en muchos casos.
– Pero no fue tan grave, recuerdo que en unos años la gente ni se acordaba.
– Porque la gente dejó de enfermar.
– La enfermedad era distinta a la de ahora, me acuerdo de que me contaban sobre familiares enfermos y no les pasó nada.
-Otros, sin embargo, morían.
– ¿Qué les pasaba?
– Normalmente, no mucho, les dolía el cuerpo, fiebre y poco más. Los que morían les costaba respirar, morían asfixiados. Los tenían amontonados en los hospitales.
– ¿Y no les daba miedo tenerlos ahí encerrados?
– No pasaba nada, ni los encerraban, no es como ahora.
– ¿Entonces no eran peligrosos?
– Sí, pero si llevabas traje especial y una mascarilla no te contagiabas.
– ¿Pero no eran agresivos?
– Los que estaban en el hospital estaban moribundos.
– Ya, no mordían entonces.
– No. Eso solo pasa ahora. A propósito, vamos a darnos prisa, que nos va a anochecer antes de llegar al refugio y entonces sí que vas a tener que esquivar mordiscos.
La figura de los mensajeros fue avanzando lentamente, atravesando el páramo, desapareciendo en la inmensa superficie, hasta que no quedo ni el recuerdo de unas pisadas furtivas entre la maleza.
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.