
– … Matemáticas, nos toca matemáticas.
Un nudo en la garganta, eso era matemáticas a primera hora. Un dolor de barriga que terminaba en un contundente golpe. Sudor en la frente, en la espalda helada, de frío invierno, de día nublado, con chaparrones. Vergüenza, de miradas morbosas, clavándose en un rostro manchado de tiza, con las manos rojas y silencio en la mirada.
– Mejor, siempre llega tarde-
Agonía, esperanza esquiva de que no asista, que no venga jamás. Pero siempre llega, tarde, con prisas, de mal humor.
En fila, al paso, con la cabeza gacha, entran como ganado a sus aulas con el rancio ritmo de cara al astro rey. Dejando la felicidad en el patio, con los charcos de lluvia desafiando a los primeros rayos de sol. El olor a desinfectante, recuerdos del dispensario, se hace más fuerte, según se acerca detrás de él. Muy cerca. Tanto que se le erizan los vellos de la nuca hasta doler de frío.
La cola se para. La puerta del aula, guardiana de la cátedra, está cerrada. El maestro agarra del hombro al niño y lo extrae de la fila de la misma forma que un cirujano extirpa un apéndice infectado y lo lleva hacia la sala, abriendo la puerta y dejando a los demás esperando afuera, con aquel silencio del quién no quiere ser elegido.
Sus ojos no son de este mundo, ya no. Son de un depredador. De un Lobo. En la penumbra de cortinas echadas y cielo nublado no se le ve la cara. Pero el niño sabe que ya no es de persona, ya es un animal jugando con su comida. Se acerca. Mucho, siente su aliento, escucha su aliento. Siente la humedad de su boca, el roce de sus colmillos. Entonces grita. Fuerte. Tanto como sus pulmones le permiten.
-Despierta ya, despierta, es solo una pesadilla-
El niño se incorpora entre sudor y agitación, encontrándose que, con treinta años más, seguía siendo víctima de las bromas pesadas de Fobétor.
– ¿Estás bien? Estabas muy intranquilo. Hablabas en sueños-
-No es nada, sigue durmiendo-
-Ya son las seis, mejor me levanto ya…-
– ¿Sabes? Creo que me estoy preocupando mucho por el primer día de colegio de Aria-
Una sonrisa cálida perfecta acompañada a la perfección por un cálido beso, lo que necesitaba él para enterrar los malos sueños otra vez en el subconsciente.
-No te preocupes, todo va a ir bien-
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.