
Querido diario,
Hoy ha sido el mejor día de mi vida, Willy y yo hemos acompañado a papá a abrir una nueva ruta comercial en el planeta. Y hemos viajado a miles de kilómetros de distancia. A Nueva Kenia.
Cuando papá propuso que le acompañara yo no sabía cómo podíamos ir tan lejos, no hay aviones de pasajeros como en La Tierra y el transporte terrestre no puede cruzar el océano. Él me dijo que había una forma, que si conocía a las ballenas kerplianas.
¡Claro que las conocía! Sí, las veía todos los días. En el cole la profe nos contaba que cruzaban de norte a sur a menudo, y que lo hacían a una velocidad sorprendente. Lo que no sabía es que se habían domesticado y ahora se usan para llevar mercancía.
Nos llevaron en un cuatriciclo de pasajeros hasta el acantilado. Ahí estaba, enorme, a unos metros de distancia del suelo, esperando paciente a que embarcáramos. Era de color gris azulado, tenía tentáculos en el morro y unos alegres ojitos pequeñitos que abría y cerraba sin parar.
Subimos a la cabina, una estructura que habían construido en su lomo abrochado con un inmenso cinturón. Me estremecí cuando empezamos a elevarnos, fue lentamente, yo estaba nerviosa y Willy también, aunque sabíamos que no nos iba a pasar nada, la ballena sabía qué hacer para llevarnos seguros a nuestro destino.
Cuando estábamos tan alto que las personas que quedaron en el aeropuerto parecían hormigas, una señora nos dijo que nos abrochásemos el cinturón de seguridad, también había uno pequeñito para Willy adaptado al mío. Por suerte se lo dejó poner sin rechistar.
Todos los pasajeros estaban en sus asientos cuando la ballena empezó a cantar, de la cabina salía otra melodía, la que le decía a la criatura voladora que podía empezar la marcha. Entonces fue cuando empezó a acelerar. Iba muy rápido cruzando el mar, entre las nubes. Pasamos por un banco de medusas que revoloteaban cerca de nosotros jugando con sus aletas.
Llegamos a Nueva Kenia en tres horas. Según mi papá habíamos recorrido cinco mil kilómetros y que se parecía a lo que hacían los aviones de La Tierra. Hacía mucho frío y los habitantes de allí eran distintos, casi todos eran de color negro y estaban muy abrigados, sonreían mucho y eran muy amables en todo momento. También vimos una señora de color azul con enormes orejas de punta que paso por nuestro lado y nos saludó. Papá me contó que venía de un planeta cercano y que tenemos relaciones comerciales con su especie.
Ha sido un día apasionante, también es la primera vez que me hospedo en un hotel, mañana curiosearemos todo el edificio, dicen que tienen entretenimiento para niños, pero hoy ya estoy muy cansada para seguir escribiendo. Así que me despido por hoy.
Gracias, querido diario, por escuchar mis aventuras.
Vega.
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.