
– ¡Qué bello paisaje! Nunca pensé que la desembocadura de un río podía tener unos colores tan… Imposibles. ¡Me encanta, Alberto! Desde que llegué no haces más que enseñarme sitios asombrosos.
Ella, embelesada, observaba lentamente el recorrido del río hasta llegar al delta, no podía ocultar su expresión de asombro. No era para menos. La inmensidad del paisaje mezclaba la plantación de arroz con la fauna y vegetación de la zona en una explosión de contrastes y colores.
– Fíjate en esto – Dijo Alberto señalando a una especie de globo peludo de un color naranja brillante que flotaba de manera imposible a la altura de su mirada. Cuando logró captar la atención de Triana, dio un suave golpe con el dedo a la criatura. En el centro de la esfera abrió un enorme y asombrado ojo de pupila celeste, se quedó mirando un instante a su agresor, aulló imitando una trompeta desafinada y huyó rápido mientras se iba desinflando.
Entre risas pasearon por el irregular camino flotante de madera que improvisaron en su momento los agricultores y que se adentraba profundamente en el arrozal, recordando momentos vividos en la envejecida y maltrecha tierra, a tantos años luz de este paraíso.
Llegando a la mitad del recorrido, a la vera de la plataforma, empezaba a verse unos árboles muy parecidos a los Sauces llorones, de largas hojas gruesas derramándose hasta el suelo y un tallo verde y bulboso. Colgaban bayas de colores como si de un árbol de navidad se tratara. Alberto eligió una de color rosa pálido.
– Prueba esto- Dijo poniendo la peculiar fruta a nivel de su boca
– Sabe a gominola de cereza – La asombrada Triana no dejó de masticar para responder – Esta va a ser mi golosina favorita desde ahora.
Mirándole a ella fijamente a los ojos, espero a que terminase de masticar su baya y se fundió con ella en un largo y pasional beso.
– Mi golosina favorita siempre han sido tus labios.
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.